Pero el impuesto sobre el valor añadido (IVA) no sólo recae realmente sobre el consumidor final de un producto sino que grava todas las fases del proceso productivo de un producto o servicio, tanto en la fase de elaboración como en la distribución del mismo.
Para fabricar u ofrecer un servicio, es necesaria la existencia de bienes, como maquinaria, instalaciones y profesionales para fabricarlo, y la de recursos, como puede ser el transporte para su distribución. Por ello, en cada fase las empresas aportan un valor añadido al producto.
Hay que tener en cuenta que algunas fases del proceso productivo están excluidas del gravamen como también existen diferentes tipos de IVA según el producto o servicio dependiendo de la legislación vigente del país.
De igual forma, el cálculo del impuesto sobre el valor añadido tendrá diferentes modalidades.
Así, hay cálculos llamados de sustracción, porque gravan el valor añadido en función de las ventas y compras totales de una empresa a otras empresas proveedoras, y otros modelos, que gravan por adición los valores que una empresa crea y que se reparten en los diferentes factores de producción como salarios, intereses, rentas…
Incluso hay modalidades diferentes para calcular el IVA, que van en función del contenido base del impuesto (generalmente dependiendo del sector productivo). Por ejemplo hay legislaciones que gravan el producto en bruto, sin tener en cuenta deducciones por compra y otros elementos o modalidades en las que en realidad se grava la renta de una empresa, ya que se eliminan del cómputo del IVA las depreciaciones de bienes o las compras de bienes intermedios.