Cuando la zona de confort se vuelve un pasivo para los emprendedores hay que aplicar la medicina para salir de ella


Por: Andrea Barragán

Antes de definir qué es exactamente la zona de confort, quizá habría que plantearse qué es ser emprendedor. Un emprendedor es aquella persona que identifica una oportunidad y pone en marcha todos los recursos necesarios para llevarla a cabo, es decir, es alguien que inicia un proyecto nuevo y, como tal, asume el usual riesgo que implican los cambios. Un emprendedor se curte resolviendo problemas, ideando nuevas soluciones para mejorar sus resultados y enfrentándose a la incertidumbre. Es precisamente lo contrario a lo que encontrará si permanece en la zona de confort.

La zona de confort, así, responde a una zona metafórica en la que se mueven los individuos en cuyo entorno las cosas les resultan conocidas y cómodas, aunque éstas no sean agradables. Es la pura rutina y en ella todo forma parte de la cotidianidad, por lo que para desarrollarse es necesario salir de ella. Se trata, pues, de un espacio de refugio para el emprendedor.

¿Por qué resulta tan difícil salir de ella?

Como se ha mencionado anteriormente la zona de confort no tiene que ser por completo de nuestro agrado, pues, simplemente es un lugar que aporta seguridad frente a lo desconocido, a lo que está ahí fuera. Es cierto que, como para el resto de personas, para el emprendedor afrontar un nuevo reto supone un cierto grado de incomodidad y miedo, por lo que el primer impulso será siempre mantenerse resguardado en la zona de confort.

Evadirse de los problemas y los desafíos es el principal cometido de esta especie de urna de cristal que poco a poco va manteniendo cautivo al emprendedor impidiéndole rendir conforme a sus capacidades. También, lo aleja de la vida real y, por ende, del escenario donde se sitúan las oportunidades de crecimiento y de lograr los objetivos.

La zona de confort hace del individuo un ser cobarde porque, a cambio de mantenerlo “seguro” (aunque es una seguridad y estabilidad ficticia), lo empuja a sacrificar sus sueños.

Según comenta Marla Tabaka, asesora de pymes, en un artículo publicado en la revista estadounidense especializada en empresas Inc, “la rutina de la zona de confort impide aprender y experimentar cosas nuevas que son buenas para nosotros”. Para ella, reacciones como el estrés excesivo, la envidia, la ansiedad o las excusas son señales que indican que hay que dejar atrás urgentemente la zona de confort.

Las tres zonas

A menudo se identifican, además de la zona de confort, otras dos más. Circula por Internet un vídeo muy inspirador que debería ver todo emprendedor y que, efectivamente, explica las tres zonas en profundidad.

Alrededor de la zona de confort, aparece la denominada zona de aprendizaje, que es aquella en la que el individuo aprende idiomas, viaja a otros países, cambia sus hábitos y, en definitiva, amplía sus experiencias y puntos de vista.

Más allá se encuentra la zona de pánico, que muchos consideran como zona mágica, en la que pueden ocurrir hechos extraordinarios y en la que se afrontan los grandes retos. En realidad, llegar hasta aquí supone ampliar hasta límites insospechados la zona de confort y de aprendizaje. No significa cambiar lo que se poseía previamente, sino añadir lo nuevo a lo anterior, es decir, evolucionar.

Consejos para abandonar la zona de confort

Para salir de la zona de confort, lo primero es delimitarla. Tabaka aconseja hacer una lista de todo lo que provoca temor y establecer un plan para ir eliminando uno a uno esos miedos. Es recomendable, asimismo, hacer lo propio con los objetivos.

Eficaz es, del mismo modo, crear el hábito de abandonar la zona de confort cada día, es decir, intentar superar un desafío, por pequeño que sea.

Resultará de gran ayuda también ampliar círculos. Es cierto que a menudo tratamos de juntarnos con personas afines a nosotros mismos, pues bien, esta vez lo idóneo será encontrar individuos habituados a traspasar sus límites, aquellos que puedan inculcarnos esa visión aventurera y transgresora.

Y, sobre todo, no sucumbir ante la inercia de la vida. Si un esfuerzo trae su recompensa, no se acomode y vaya a por la siguiente.

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