Un invento, una patente
Un invento suele provenir de una idea nueva que trata de dar solución a un problema antiguo. Las patentes, que se conceden sobre las ideas, y no los objetos, tienen un criterio claro: debe ser algo nuevo y no existente en la naturaleza (de alguna forma, las personas tienen que intervenir en su formación).
La patente otorga al inventor el derecho de explotación de la idea durante un periodo que suele ser de 20 años. Como contrapartida, la persona que patenta la idea tiene la obligación de hacerla pública, para así contribuir y beneficiar a la sociedad en general.
Qué se puede patentar
Según todo lo comentado hasta ahora, es evidente que no es tan sencillo conseguir la propiedad industrial sobre una idea. Las leyes de patentes exigen una serie de condiciones o requisitos que deben ser cumplidos a rajatabla.
Debe ser útil. La idea que da como fruto el invento tiene que tener, obligatoriamente, un uso práctico.
Debe ser nuevo. El invento debe poseer una característica concreta totalmente innovadora y no conocida hasta el momento.
No puede ser evidenciable. La idea no puede ser del alcance de cualquier persona, con conocimientos generales, en el campo técnico de que se trata.
Varía en función del país. En cada país se considera una idea patentable o no, de forma que, en función del caso, puede ser patentable o no el descubrimiento de sustancias naturales, las teorías científicas o los métodos matemáticos, por ejemplo.
No sólo patentes
Además de las patentes, existen otro tipo de acuerdos internacionales que tratan de proteger otras formas de innovación, como los diseños industriales, las marcas, las indicaciones geográficas y denominaciones de origen, así como los circuitos integrados y hasta la protección contra la competencia desleal.